En cada vivencia, en cada rincón de recuerdos, estaban presentes descripciones, algunas más o menos vivaces. El recuerdo de lo que fue, marcando continuamente el presente, dejando huellas que instauraban el color de su ser. Una chica tan pálida, tan gris, tan polaca, tan metal, presente en oscuridades y entretejidos que cubrían un verdadero dolor. La gran estructura, la habría marcado, la muerte estaba demasiado viva en ella y la oscuridad la había alumbrado. Demasiadas encrucijadas, permanentes crucigramas en el texto, oscuridades y manos sucias, más y más tierra formaba una gruesa capa de polvo.
El olvido y el recuerdo eran dualidades que se cruzaban. Se repetía la misma historia de amor, una y otra vez. "Demasiados nombres para la misma pared", decían algunos. Vestida de luto solía caminar por sobre su maraña, visitando novios y cocinando sabores. El rol que desempañaba en las familias, su familia, la ruborización hecha persona, el componente social en su más alto pedestal, encubriendo de una forma u otra la verdadera realidad.
Ella imponía distancia, derramaba arrogancia. La oscuridad era la que dejaba ver las visitas de aquellos queridos, los colores mas fríos reinaban en su esplendor. La desconfianza y el "que dirán", gobernaban la escena. El tiempo y los enigmas eran los principales protagonistas. En esta escena cobraron paisaje los animales disfrazados, aquellas miradas perdidas, los enigmas y disfraces que inspiraron lo más profundo. Los sabores, las conquistas, los bombones tejían redes, éste era su telar. Mientras del otro era asociar, era armar, desarmar un rompecabezas, partes en las cuales poder establecer una significación, una realidad para él.
Él concebía un supuesto olvido de los muertos, alguna esperanza de amor, alguna pizca de placer y por sobre todo lo rebalsaba la desconfianza. El amor, la servidumbre, el acompañamiento, el olvidar el pasado viviendo el presente. No podía sentirse un único chico entre mil, el deseo de ser especial se encontraba a flor de piel. El afecto, la ilusión, las infamias, el deseo de reconstruirla, de unir sus partes. El la contemplaba y ella le permitía ubicarse en un lugar privilegiado, ya que a él le encantaba escuchar las descargas afectivas musicales de ella frente al piano al emprender el camino de la melodía. La confianza y la desconfianza, la dualidad funcionaba poniendo en marcha aquella situación. Ella le ofrecía aquello tan preciado, aquello dulce, especial, suplicándole un lugar privilegiado. Él llegó a comprende el deseo ferviente que ella sentía, aquel deseo de probar sus propios bombones. Silencios y sonidos se dejaban percibir. Sin embargo, un cambio de rumbo, un paréntesis se abría y cerraba rápidamente, faltaba una vuelta de tuerca. Entre llantos y sollozos, él ya no quería asumir el rol, no quería probar más, solo quería hacerla callar. Callar a su vez el recuerdo y el amor, el desamor, la dicha, la tristeza, la soledad, a toda ella.